DESDICHADA NAVIDAD

¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!


No todos los cuentos comienzan con: “Erase una vez….” Ni tampoco finalizan como: “fueron felices y comieron perdices”.

En el nudo de estos relatos no aparecen princesas desamparadas, no existen príncipes valientes, las brujas no realizan hechizos ni las hadas convierten a cenicientas en maravillosas mujeres capaces de enamorar a ricos y guapísimos herederos de reinos mágicos.

La trama de estos singulares cuentos nunca lo protagonizan personajes que, mediante encantamientos o conjuros viven historias fantásticas.

Y en el desenlace de estas pequeñas historias nunca se gana el derecho a convertirse en héroe, ni a llevarse ovaciones y laureles.

Estos cuentos nunca finalizan compartiendo una vida de felicidad, por siempre jamás, con la más bella del cuento.

Los cuentos a los que yo me refiero, son más perecederos, incluso en Navidad, o más bien y sobre todo, en Navidad…….

DESDICHADA NAVIDAD

Llegó el 24 de Diciembre, una tarde tan fría, tan nubosa que confería al ambiente navideño, un aire fantasmal. A pesar de todo, cerró la puerta de su casa vacía, para deambular entre la nebulosa de la urbe. No sin esfuerzo vislumbró las luces de las farolas y sus colores iluminando la calle y siguió el resquicio luminoso como el camino que llevó a los hermanos del cuento hasta la falsa casa de chocolate.

La caída de la tarde, escondía la tenue luz del sol. Las densas nubes humedecían sus cansados huesos. El frío que entraba por los tamizados agujeros de sus zapatos, antaño lustrosos, agarrotaban sus gélidos pies, húmedos, fríos, que se arrastraban sobre la acera de escarcha, encorvando su derrotado caminar. Le gustaba camuflarse bajo su sombrero borsalino. Le recordaba un pasado de prestigio profesional, un extenso ropero, trajes impecables a juego con elegantes sombreros que otorgaban a su aspecto un toque misterioso de “capo di mafia”.

Ahora, solo quedaba aquel modelo, de un negro deslucido y ajado por el paso del tiempo. El cuello de su zurcido gabán, último superviviente de su perdida juventud, estaba levantado hasta sus orejas para evitar, sin demasiado éxito, las bajas temperaturas. Toda esta indumentaria envejecida pero orgullosamente cuidada, dotaba al personaje de un cierto aire cadavérico que incitaba a los transeúntes a cambiarse de acera.

Ni una sola alma con las que se cruzó, llegó a preguntarse la causa de aquel desfallecido caminar.
La buena voluntad de la gente, en estos días, parecía olvidarse entre villancicos y panderetas. En estos tiempos, la esencia de la Navidad no era compartir sentimientos de alegrías y agradecimientos, ni enaltecer la compasión hacia los más necesitados. La realidad de estas fiestas no era más que un periplo y lujurioso reparto de regalos, que mantenían a cada viandante sumido en pensamientos mucho más productivos y bastante menos caritativos.

Nunca pidió ayuda, su orgullo venció siempre a su estómago, pero su soledad y su aislamiento no eran voluntarios. Sembró durante toda su vida semillas de amor y comprensión, leal a los suyos y un ejemplo de lucha y esfuerzo. Pero no siempre una buena siembra supone una óptima cosecha. Desgraciadamente, hay excepciones que confirman la regla y vendimias agrias y frutos amargos. A él “le tocó el gordo” , a pesar de su modélica siembra, recogió tempestades.

A través de la solapa de su marchitado abrigo que débilmente protegía su cara del congelado ambiente, escuchaba la escandalera de los niños, esos pequeños dragones gélidos, bien alimentados, bien abrigados, expulsando vapor helado por sus bocas e impregnando el ambiente con una algarabía de canciones y juegos. Entre la niebla y bajo el ala de su sombrero de época, pudo vislumbrar la escena que acaecía en la siguiente esquina.

Protegidos tras un recodo, dos adolescentes musitaban frases apasionadas, se regalaban sus primeros abrazos, caricias preliminares, incontrolados deseos aquí y ahora, donde el mañana no es importante.

En la siguiente esquina, y a pesar de su entumecida nariz, pudo percibir el perfume del recién nacido y olfatear a madres contagiadas con la imaginación de sus retoños contemplando escaparates, imaginando poseer una interminable retahíla de juguetes parlantes y andarines, formatos electrónicos y consolas con nombres anglosajones de los que ni siquiera conocían su significado.

La nostálgica sonrisa dibujada en su cara, rememoró inviernos perdidos entre sus recuerdos, en los que él vivió esas vidas, sintió esos arrebatos y percibió aquel olor a hogar.

Y en este tiempo de adviento, aquel hombre, triste y solitario, se mezclaba con las generaciones de grandes y pequeños, para formar parte de sus vidas. Disfrutaba con las hermosas decoraciones de los expositores navideños que mostraban sus mejores galas para hipnotizar los deseos y embaucar a los bolsillos. En su caso, solo le atraía el aire invernal que estremecía su cuerpo mal alimentado y peor abrigado para devolverle a su realidad. Una realidad en la que, no existía ningún anciano de canosa barba, vestido de rojo. En la que nadie tiraba de ningún trineo volador, ni compartía cielos con mágicos renos de narices rojas regalando alegrías y sueños imposibles.

CONTINUARÁ........

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
OH :O Expectante estoy de la continuación y final del cuento.El protagonista me recuerda al Sr Scrooge del Cuento de Navidad de Dickens. ¿Habrá tenido las mismas experiencias que éste?

PD:Más vale tarde que nunca :D

Te quiero
Historias entre Fogones ha dicho que…
uhmmmm!!! no se si subir el final.....