
Que nadie por ser joven vacile en soñar ni por ser viejo ,( que no sentirse), de soñar se debilite. Pues nadie tiene edad para todo lo que pertenece a la vitalidad de su alma. Si alguien piensa que aún no le llegó la hora de imaginar o que ya le ha pasado, es como quien dice que ya no hay tiempo para la felicidad.
De modo que deben soñar, imaginar y amar tanto el joven como el viejo: el uno para que, envejeciendo, se rejuvenezca con el recuerdo de maravillosos tiempos pasados, el otro para que sea capaz de disfrutar plenamente de una madura juventud, afrontando con serenidad su futuro.
Por tanto, dejemos de buscar un imposible, de perseguir lo trivial, de luchar por aquello que es indefendible y dediquemos nuestro tiempo , tanto del inexperto como el del veterano,a reflexionar en todo aquello que produce la felicidad.
Si fuéramos capaces de sentarnos en el borde del camino y meditar sobre lo que desfila ante nuestros inconscientes ojos de juventud, seríamos capaces de esquivar la viga delante de nuestros ojos y despreocuparnos de la paja en los ojos ajenos y alcanzar una sensata y plena madurez.
Si tuviéramos la capacidad de reconocer nuestros errores y la humildad de asumirlos, entenderíamos que cuando la ternura se entrelaza con la fantasía y la pasión con la quimera, lo tenemos todo y, cuando falta, hacemos cualquier cosa por poseerlas.
Pero las palabras se las lleva el viento y los pensamientos se ahogan en los desmemoriados recuerdos.
Soy consciente que aquellas miradas de entonces, se han transformado, en canosas y desorientadas ojeadas, que vagan como trashumantes en caminos sin salida. Ahora, trasnochan como zombis en un atardecer sin rumbo. Y a pesar que mi ojerosa perspectiva, lucha para reavivar la llama de la esperanza, la gélida realidad solo me permite vislumbrar un final sin, ni siquiera, un premio de consolación.
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